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jueves, 17 de marzo de 2011

Reflexión

El conflicto que tiene asolado el medio oriente es otro mal que aqueja a la humanidad. Unos en busca de libertad y otros por permanecer en el poder. Y entre todo este caos de sangre está la población civil. Esa que no se queja y cuyo único esfuerzo es huir de la sombra de la violencia que azota su país.
Ahí, donde las ayudas humanitarias no alcanzan, donde la única esperanza es la huída, ahí no llega nadie.
Cuando las palabras no surten efecto, cuando las voces del pueblo no son escuchadas, ahí es cuando se aprovechan los bandos para justificar su “lucha”; unos por justicia y otros por ambición.
En cuántas partes del  mundo existe hay un líder que se cree que el pueblo lo necesita, que necesita su carisma para calmar las voces que claman por mejores condiciones de vida. Porque ahí donde hay opulencia, donde el lujo es algo cotidiano, donde hay para comer, hay paz. No hay conflictos, no hay exigencias.
Pero donde azota el hambre, la desesperación, la enfermedad, donde hay que irse a dormir para enfrentar las adversidades del día a día y “olvidar” las penalidades de lo poco obtenido, ahí están las voces apagadas. Esperan el nuevo día. Quizá las cosas cambien.
Unos y otros celebran “sus” victorias. Se ensalzan tras los disparos que dieron muerte a sus enemigos. Aunque hay víctimas invisibles. Aquéllas a las que en cuartos miserables, carentes de lujos, les lloran, pues hay menos manos que los ayuden a cargar el peso de “la libertad”.
Y mientras esto sucede en Libia, los ojos del mundo están puestos en otro país, azotado por catástrofes naturales y unos más creados por el hombre.
Seguimos creyendo que tenemos el dominio sobre las cosas, sobre los elementos. No hemos querido darnos cuenta de que somos incapaces de cuidarnos a nosotros mismos y queremos “domesticar” lo que no nos pertenece. La fiera estaba dormida y la hemos despertado.
Seguimos contaminando, matando, usurpando lugares que no deberían de ser sojuzgados por el humano. Seguimos destruyendo nuestra propia esencia, nuestra capacidad de respetar y ser respetados. Seguimos creyendo que el dinero es el problema, que dominar a otros es correcto.
Ni el dinero ni el dominio son el problema. Es la injusticia, la soberbia y la falsa ilusión de querer ser grandes lo que nos ha traído hasta aquí; no nos hemos dado cuenta de aquéllas sabias palabras: “Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
No hemos seguido su ejemplo, a pesar de que han pasado 2000 años de su aparición en la tierra, de su sacrificio por la redención del humano. No hemos entendido, ni comprendido que lo único que nos evitará conflictos armados, hambre, injusticia, ambición desmedida, catástrofes naturales y demás defectos que queramos poner aquí, será lo que aquél carpintero de Galilea nos enseñó: la humildad y el amor al prójimo. Eso nada cuesta y deja satisfacciones mayores al alma. Avisados estamos.


Imágenes ilustrativas y sin fines de lucro. "La Pasión de Cristo" de ICON Entertainment. Derechos Reservados por sus propietarios. 

3 comentarios:

  1. Dejamos el comentario asi como dice dalai lama:
    Cualquiera que sea la calidad intelectual de la educación que se imparte a nuestros niños, es vital que incluya elementos de amor y compasión, para nada garantiza que el conocimiento solo será verdaderamente útil para los seres humanos. Entre los principales agitadores de la sociedad ha conocido, muchos estaban bien educados y con gran conocimiento, pero carecía de una educación moral en cualidades como la compasión, la sabiduría y la claridad de visión.

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  2. Pues tal y como digo yo, tenemos la obligación de criar a nuestros hijos enseñándoles que el amor y el respeto es la base de las sociedades y relaciones entre la naturaleza y el ser humano.

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  3. Creo que en estos tiempos nos hace falta lo que es llamado VALORES en nuestros hijos algo que hemos perdido con el tiempo....

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